A pesar de la baja concentración de dióxido de carbono (hay 667 veces más oxígeno y 2.487 más nitrógeno en la atmósfera), sin el dióxido de carbono no existiría la vida, dada su participación en los procesos celulares.
Sin la fotosíntesis, tampoco habría plantas.
En este proceso vital, los pigmentos verdes de la clorofila combinan el dióxido de carbono con agua y luz solar para sintetizar azúcares y almidones. De ambos carbohidratos nutrientes depende la vida de los animales herbívoros. Y éstos, a su vez, alimentan a los carnívoros con los compuestos orgánicos necesarios para desarrollar su síntesis metabólica.
Por otra parte, el dióxido de carbono, en forma de ácido carbónico, se encarga de controlar el equilibrio entre la acidez y la alcalinidad de la sangre humana y animal. Y, antes de ser liberado a la atmósfera a través de la respiración, regula la cadencia respiratoria de los seres vivos.
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