Un tren de alta velocidad como el AVE puede tener una energía cinética 10.000 veces superior a la de un camión, a la que hay que transformar en calor para parar el tren. Con el fin de alcanzar esa aceleración, el AVE cuenta con dos plantas motrices de 4.400 kilovatios de potencia -unos 6.000 CV-. Para detenerse existen ocho discos de freno en cada bogie -la estructura que aloja los ejes, frenos, ruedas y suspensión, y sobre la cual apoyan los vagones-, cuatro por cada eje. En total , el AVE suma 72 discos de freno de 600 milímetros de diámetro -son tres veces más grandes que en un coche y tienen cuatro centímetros de espesor-.
En los bogies tractores, sobre los cuales van montadas las cabezas, no hay espacio para los discos de freno. Allí las zapatas presionan contra la propia superficie de la rueda, que ejerce de hipotético tambor. El sistema de detención es neumático, alimentando por el aire que proporciona un compresor de tornillo asimétrico que está refrigerado por inyección de aceite.
La presión de frenado se regula de forma que, a velocidades elevadas, los vagones remolcados reciban menos presión de parada que en los tractores para no producir bloqueo. Pero, a pesar de tantos discos, resultaría imposible detener las 420 toneladas del AVE circulando a 250 kilómetros por hora sin la ayuda adicional del freno electrónico, que actúa siempre como sistema principal. Cuando éste funciona, los motores cambian su polaridad y, en vez de consumir corriente para proporcionar energía, se convierten en generadores potenciales, creando un par de frenado opuesto al movimiento. Así la corriente se disipa en enormes resistencias que, a su vez, reciben aire fresco de unos enormes ventiladores con el fin de eliminar el calor.
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