Los vikingos han dejado poca huella en España. Dicen que, escondidos en la catedral de Sevilla, hay vestigios vikingos, como también en el pórtico de la iglesia de Santa María la Mayor, en Sangüesa (Navarra), o la Colegiata de San Isidoro de León, donde se exhibe una gran vasija de asta de ciervo primorosamente tallada. Para qué sirvió y cómo llegó hasta León son dos misterios más en esta historia. “Pudo ser un relicario, un amuleto o contener alguna sustancia olorosa”, según dijo Eduardo Morales, uno de los grandes expertos en la era vikinga.
En la catedral de Mondoñedo se encuentra una madera tallada procedente de un barco y una vasija metálica labrada pertenecen a la era vikinga. Aún no están lo suficientemente estudiadas como para asegurar su procedencia.
La herencia viva está en Catoira (Pontevedra). Sorprende encontrar aquí una taberna vikinga, un supermercado que vende su género con el reclamo de un casco vikingo. Desde hace 32 años, el primer domingo de agosto este pueblo se convierte en una aldea del siglo X atacada por feroces vikingos y rubias valquirias que llegan en un barco arenero convertido en drakkar a través de la ría de Arosa para remontar las Torres del Oeste, bordear la isla de los Raptos y asaltar sin contemplación las torres, tal como sucedía hace más de once siglos.
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