De todos los aditivos, quizá sean los colores los menos imprescindibles. Pero la experiencia demuestra que sin ellos muchos alimentos no serían aceptados. Basta imaginar, por ejemplo, la suerte que correrían unas judías verdes congeladas que se vuelven blancas por no llevar colorantes. Si estas mismas judías no llevaran además antioxidantes se volverían marrones, igual que ocurre con una manzana al poco de ser cortada; de esta forma, muy pocos comprarían las judías marrones.
Y, aunque los hábitos siempre pueden modificarse, hoy por hoy, para la mayoría de los consumidores, las judías verdes han de ser verdes, del mismo modo que los alimentos con saber a fresa ha de ser color fresa. Los gustos del consumidor en cuestiones de color -así como de olor, saber o textura- parecen ser tozudos, como comprobó una compañía británica que arruinó su imagen por sacar al mercado una mermelada de fresa sin aditivos, pero que se volvía de color marrón con el tiempo.
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