No todas las personas responden de la misma manera frente a un dolor. El grado de resistencia no sólo está en consonancia con la naturaleza fisiológica del individuo, sino que además influyen otros factores, como el aprendizaje y la personalidad. Así, por ejemplo, las personas propensas a la depresión y la ansiedad, y con tendencias histéricas, obsesivas e hipocondríacas, responden peor a un cuadro álgico.
Por otra parte, los patrones de conducta del niño como respuesta al dolor están influenciados por la familia y por ciertos comportamientos sociales establecidos, como la conducta machista frente al sufrimiento. En este sentido, a las niñas se les permite manifestar sus sentimientos más abiertamente, mientras que a los niños se les inculca desde muy pronto que deben ser más reservados y valientes.
Independientemente del sexo, las quejas debidas a un dolor suelen ser más frecuentes entre los más pequeños de la familia, en las criaturas inmersas en un ambiente adverso y que reciben castigos con asiduidad, y en niños conviven con adultos neuróticos en los que el dolor forma parte habitual de su conducta.
Aunque los especialistas no están seguros de que la capacidad para sentir y reaccionar ante un dolor sea innata, lo que sí es cierto es que los bebés ya responden a un estímulo molesto con gestos y gritos acompañados de palidez e irritabilidad.
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