Las mantis religiosas se comen a los machos mientras hacen el amor porque así aumentan la eficacia del acto sexual.
Que el acto de transmitir los propios genes culmine con el sacrificio del cuerpo del macho, parece excesivo. Sin embargo, como tantas otras pautas de comportamiento animal, tiene una explicación.
Por una parte, parece claro que la capacidad de sentir dolor queda reducidísima y podría ser nula entre los invertebrados. Pero esto está en permanente discusión.
Más clara parece la justificación ecológica. Los varones de la mantis contribuyen más y mejor al posible éxito reproductor con el aporte suplementario de proteína que para la hembra supone comerse a su esposo, que además no sobreviviría en ningún caso a los fríos invernales.
Pero este argumento también es discutible, desde el momento en que a finales del verano, es decir durante el periodo de los acoplamientos de las mantis, las presas -casi siembre otros grandes insectos- no escasean. Más evidente, pero también más sofisticado, resulta el hecho de que algunas especies de mantis sólo puedan reproducirse tras decapitar al macho.
Así desaparece el centro nervioso que impedía la salida del esperma, que se ve favorecida por las convulsiones propias de la muerte. De hecho, el abdomen del macho aumenta sus contracciones eyaculantes hasta que apenas que queda cuerpo.
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